Quezonia, viajera target. Oda a la pancarta

Recuerdo de viaje . René Magritte

Enseguida vi que no iba a estar sola cuando llegué al aeropuerto de Caracas. Varias pandillas habían sido estratégicamente situadas para que no me perdiera ni por un segundo lo concurrido de mi recibimiento. Tan típicamente stalkers su aspecto, sus ojos erráticos, atentos o furtivos, de actor aspirante de teatro callejero de aeropuerto, entre la discreción y el asombro, porque yo debía renunciar enseguida a cualquier aspiración de anonimato.

Pero lo más pintoresco estaba por llegar. De inmediato.

Aunque me demoré un poco en salir para contemplar la representación, me extrañó el desalojo de taxis. Sí, desalojo es preciso, con ese matiz de algo forzado. Ni uno solo esperando a los viajeros. No era normal que a la llegada de un avión, tal vez el único del día, y con un trayecto que les dejaba más beneficio que los más cortos en la ciudad, no hicieran acto de presencia.

Dejando transcurrir un conveniente periodo de tiempo, el justo para que yo no rechazase la proposición, apareció un hombrecillo que tenía allí aparcado un coche tipo todoterreno, un buen auto.

Era enjuto, más que delgado, como si hubiera encogido al lavar. Su cabeza no era estrecha, más bien parecía haber sido prensada en un desguace de coches. De pelo escaso y oscuro, igual que su piel, aun siendo de raza blanca.

Como deseo hacer una descripción fidedigna, para que el lector pueda imaginar, sin verlo, la magnitud de esa presencia, voy a recurrir a esos cuestionarios, tipo test, que hacen algunos periodistas al final de la entrevista. Por ejemplo

-¿Qué sería, si fuese un animal?

-Hummm… creo que sería una hormiga castrada

-¿Y si fuera una bebida?

-Una cicuta rebajada con cocacola, porque nada en él era rotundo

¿Y si fuera un objeto?

-Un estandarte de la liga anti-lujuria, tranquilamente. O puede que un arma disuasoria del pecado.

Vestía unos pantalones, que, aunque de poca talla, se veían grandes, ante lo escurrido de su trasero. Como si los perpetradores estuvieran empeñados en descartar un romance.  Y a fe que lo consiguieron

Se ofreció para acercarme a la ciudad, porque había “un problema con los taxis”, que seguían sin aparecer. No había otra opción. Parecía claro que la organización del Programa Targeted Individual, le había encargado “ocuparse” de mí.

Por el camino, de una media hora, fue explicándome lo que ocurría allí con el dinero en efectivo. Pronto comprobaría que era cierto.

Había colas de horas en los cajeros. La moneda estaba tan devaluada que para pagar un importe equivalente a cinco euros había que gastar bastante tiempo en contar unos seiscientos papeles, tan poco valían. Si se pagaba con tarjeta, fácilmente te podías encontrar, al salir del país, que te habían cobrado el triple al hacer los cambios de divisa.

Me propuso que le transfiriese el dinero que me pensaba gastar a su tarjeta, porque eso me facilitaría tener el dinero cada vez que lo necesitase, según dijo. Creo que, más que aprovecharse de mi dinero, pretendía crearme una dependencia, para que yo no me alejase mucho de él. Evidentemente no acepté. Me llevó entonces a ver a unos conocidos suyos que tenían un hotel-bar-restaurante, para que yo les comprase dinero y pudiese disponer de efectivo, no sin antes mostrarme varios encuentros con personas que le daban con mucho misterio información de última hora sobre el estado del cambio. Un poco teatral, me pareció, nuevamente.

Me atendió un joven, el cual tenía una habilidad asombrosa contando billetes. Estaba encantado de haberse conocido, decía la expresión de su cara. Y le gustaban más los dólares que los bolívares. Seguramente estaba obteniendo un beneficio con esa venta. Pero tampoco había muchas opciones.

Por todo eso, entre otras razones, pude estar en un hotel de cinco estrellas por diecisiete euros diarios. Un precio irrisorio, aunque sea de hace algunos años. Me lo encontró una chica de una agencia de viajes del Centro de Negocios de La Habana, cuando sorprendí a los perpetras renunciando a mi billete de rergreso a España para darme unas cuantas vueltas más por Latinoamérica.

Cuando, después de instalarme, salí al día siguiente a coger un autobús, se encontraba una chica muy simpática en la parada. Rápidamente entablamos conversación. Y rápidamente me di cuenta de que no estaba allí por casualidad. Los perpetras prefieren a gente controlada por ellos para tus relaciones, por si se te ocurre contar cosas y todo eso. Pronto pasó un taxista amigo suyo que nos llevó al centro. Ella se despidió diciendo que ya lo pagaría no sé quién, o no sé qué chanchullo. Por si quedaba alguna duda de que todo estaba coordinado.

Puso mucho empeño en convencerme de lo mal que hacía allí las cosas el gobierno. Ella venía de un hospital, y había tanta gente que había tenido que desistir de la consulta, por eso estaba en esa parada de autobús. Desayunamos y no la volví a ver, porque era como el plan B, deduje, o sea, por si fallaba el hombre del rendibú del aeropuerto, el cual insistía en acompañarme a todas partes. Lo quería hacer, según dijo, porque pertenecía a una congregación que tenía el principio de ayudar, y sabiendo lo difícil de la situación allí, quería facilitarme las cosas.

La realidad es que en Panamá, mi escala antes de viajar a Venezuela, empecé a manifestarme para intentar contrarrestar sus representaciones de teatro callejero. Y querían evitarlo, o al menos controlarlo. Ya quise hacerlo en Cuba, que fue donde brotó el germen de la pancarta. Sin embargo, en La Habana, busqué en vano un papelería en la que comprar rotuladores y cartulinas, y tuve que desistir.

En Panamá estaban un poco mejor surtidos. Cuando lo tuve preparado, vi que una pancarta era como un escudo protector, porque ya no había un mensaje único, sino que yo también tenía algo que decir. Calladita y educada, también. Como ellos, que con mucha urbanidad y sin despeinarse, cocinan al TI a la microwave. Desde entonces soy fan de las pancartas. Luego vi que, para esos carteles caseros, había algo mucho mejor que las cartulinas. Eran los hules, escribiendo por el revés.

El objetivo en Venezuela era no perderme de vista. Hasta ahí normal, porque es lo habitual. Pero pretender hacerlo sin apartarse de mi lado, literalmente, era insostenible. Su misión era un papelón terrible, y dudo que hubiera habido tiros por conseguirlo. Más bien lo contrario.

Un día el hombrecillo se presentó con una Biblia. Me leyó un fragmento, y pretendía que dicha lectura anunciaba unos próximos sucesos, algunos de ellos catastróficos.

-Mira, lo pone aquí

-AHÍ NO PONE ESO!!!

Mi repentina subida del tono de voz -ligeramente, nada espectacular- le puso nervioso. Miró a su alrededor, como una damisela recatada pendiente de opiniones ajenas. Pero abandonó sus inquietudes catequizantes de inmediato, cerrando su libro santo, a la espera de mejor ocasión. A buena parte fue a parar, jajaja…

Pero es triste que haya personas que sirviéndose de un libro al que previamente han encumbrado para avalar sus delirios sin pies ni cabeza, engañen a personas sencillas, aprovechando sus problemas de incomprensión lectora, para adoctrinar en dogmas que sólo a ellos interesan. Si estaba averiguando si yo sería una presa fácil, creo que pronto se disiparon sus dudas.

Esa inquietud porque alguien me viera hablándole así me llevó a pensar que había alguien más pendiente de todo, un colega suyo vigilando al vigilante de la vigilada. Eso sí, “curiosamente”, cuando me acompañaba, los stalkers “desaparecían”.

En otra ocasión me acompañó a un centro comercial. Estuve  entrando en todos los probadores, y permaneciendo largo rato en ellos mientras él esperaba fuera, apoyado en la barandilla que limita los pisos superiores en los recintos, desde la que se puede mirar hacia abajo. Sé de sobra lo insoportable que es acompañar a alguien si no se quiere comprar nada y lo hice un poco adrede, para ver si se iba. Pero por más que me demorara, no desistía. Estaba clara la misión que le habían asignado. En cada país, los encargos para controlar al viajero TI, se afrontaban de una manera. Y ahí, en un alarde creativo, y puede que impresionados por mi recién estrenada condición de desenvuelta portadora de pancartas, dispusieron esa.

Pero para los siguientes días le dije que tenía cosas que hacer sola. Yo no era un preso en libertad provisional y los trucos se habían acabado. Tampoco era cosa de crear un conflicto diplomático con una mujer tan resuelta.

Oda a la pancarta

Después de aquellos primeros mensajes sobre El Programa Targeted Individual en mi cartel, iba a todos los países con mi pancarta. En un viaje posterior a un exótico país latino, caminaba, casi anochecido, por una acera. Hacia el final de la misma, no sé con qué motivo, había una concentración de algún tipo de fuerza de seguridad. O bomberos, no sé. Un grupo de los más jóvenes, dejando un paseíllo en el centro de dos hileras enfrentadas, se encontraban allí en actitud informal, o de rompan filas.

Me di cuenta de eso cuando estaba muy cerca. Ya no podía desviarme tímidamente para evitarlo. Así que mantuve el tipo y pasé por el medio, con mi pancarta, mientras todos miraban. Entonces, un guaperas va y dice

Yo, como no sé leer…

No me extraña– repuse, sin cortarme un pelo

Me sentí ganadora. Así que, aprovechando el momento, me puse con mi cartel mirando a un probable pez gordo sentado en el asiento de copiloto de un todoterreno aparcado allí mismo. Yo miraba y miraba, pero él no apartaba los  ojos, muy interesado, de unos documentos que tenía en las manos… Qué iban a hacer. Una mujer inocente manifestándose ante lo que parecía un batallón, que además es extranjera y que, seguro que sabían, no estaba más que exhibiendo una verdad ¿Me detenían y me interrogaban? ¿Me amonestaban públicamente? ¿Para eso vamos a quedar?

Es un desdoro para el honor guerrero atacar de frente a una mujer, indefensa o vulnerable. Ocultos ya es otra cosa, aunque seamos indignos, porque no sólo atacamos sino que, cobardemente, nos escondemos para hacerlo ¿A quién se le ha ocurrido poner al servicio de este vil programa el honor guerrero…? ¿No se dan cuenta de que ellos también están siendo humillados? Estaba percibiendo todo eso, aun de una manera inconsciente, en ese momento.

Mi pancarta era mi amiga, me explicaba; me servía de escudo, me justificaba. No podría haber hecho eso sin una pancarta. No habría tenido esta reflexión. No gané la guerra. Pero de esa batalla salí victoriosa…

Aquí podría añadir eso de «No intenten hacerlo en su casa…». Porque pueden haber desarrollado un protocolo de neutralización, especialmente si el TI está mucho tiempo en el mismo sitio. Yo tuve a mi favor el factor sorpresa, el cual, en ámbitos en los que la jerarquía es importante, puede conducir a la inacción, a la espera de instrucciones. Valore su caso.

Chacaíto

Uno de mis sitios preferidos en Caracas era la Plaza Chacaíto, un lugar lleno de vida. Y de hip-hop. En una terraza allí situada escuché por primera vez la salsa baúl. O, mejor dicho, la escuché como tal, porque la había escuchado pero sin saber que esa era la denominación correcta.

En esa terraza estuve un día comiendo. Pollo, patatas fritas, ensalada. Quedaban varios trozos en el plato, pero yo ya había terminado. En ese momento se acercó a mi mesa una mujer joven, la cual me preguntó si podía llevarse aquello. Tuve la impresión de que era un actriz, cuyo objetivo era, una vez más, denostar la política que se hacía allí, porque percibí un afán desmesurado en ese sentido. Una oposición muy fuerte que aprovechaba la menor ocasión. Por ejemplo, mucha gente hambrienta que recoge las sobras en los restaurantes.

Viendo las estrellas…

No hay estrellas que puedan evitar, al menos por  un día, el que se desobedezcan la recomendaciones de los fabricantes de microondas. “No quitar esta tapa, peligro de quemaduras…”

Porque eso hicieron en mi hotelazo de cinco estrellas.  

Prohibición ignorada por los perpetradores, como tantas otras. Y me subieron muchííísimo la tensión. La escasa ocupación les facilitaría el acceso a la habitación mejor situada. Como si quisieran dejar claro que no se arredran ante ningún número de estrellas, ni de colectivo, ni de actividad. Pero yo tampoco me arredré ante las cinco estrellitas. Como me había quedado sin ordenador en Cuba, ni corta ni perezosa, redacté tres folios relatando el suceso y algunos datos colaterales. Sé que, por lo menos, lo leyeron unos cuantos del staff.  

Hacia el final de mi estancia, el hombrecillo inicial me llamó para ver si quería ir en teleférico al Waraira Repano. Creo que sólo quería cerrar su experiencia controlando un poco, alguna batallita de la que sentirse dudosamente orgulloso al relatarlo a sus nietos, o a sus compis…

La “sorpresa” consistió en que al llegar a un bar allí pondrían una música “acosadora” y los camareros estarían desocupados mirando un poco, para impresionar con las dos cosas juntas…

©Pax Rincón Toledano, mayo de 2024

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