Relaciones laborales y cine

Viendo algunas películas made in USA me ha llamado siempre la atención cierto tipo de situaciones que se repiten con frecuencia, lo cual indica que eso no es un hecho aislado o casual, sino habitual, del que se desprende el abuso que ejercen los titulares de puestos cualificados sobre los que no han tenido tanta suerte; creo que no debo decir capacidad y trabajo porque estoy segura de que, si no se tienen oportunidades, en la mayoría de los casos esas cualidades no tendrán acceso a un cauce que les permita ponerse en juego

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Obra de Andy Warhol

Así me sorprendí cuando, con la mayor naturalidad del mundo, las secretarias servían habitualmente los cafés al jefe o a la jefa en Armas de mujer, además de ir a recoger sus exclusivos trajes al Tinte y otros recadillos. Y cómo, sólo gracias a la iniciativa particular del personaje de Melanie Griffith -reconvertida en jefa gracias a su talento y esfuerzo, pero también a unos rocambolescos hechos poco probables en la vida real- se pone fin a dichas funciones extra de camarera y ordenanza. Así que la película reconoce la irregularidad, pero la solución que propone es el cuento, el toque mágico, el hada buena que acaba con el agravio. Una variante de la caridad, ejercida por una nueva “poderosa” con la empatía fresca del recién ascendido, que nos hace especular sobre el tiempo que tardará en mutar a bruja mala, como la depuesta Sigourney Weaver

En El diablo se viste de Prada, una despótica Meril Streep utiliza a sus ayudantes para ir a recoger a sus niñas al cole; para comprar billetes de tren, la comida, el bistec que se zampa a diario, el café… y todo ello bajo el imperio del terror  a perder el empleo, y que les hace ir a trabajar hasta con cuarenta grados de fiebre o una gripe espantosa que casi no les permite tenerse en pie.

Los ejemplos son numerosos, cualquiera podría añadir otros. Ayer mismo vi en la tele un trozo de película -la aguanté hasta que la prota se puso a bailar como un pato, supuestamente para levantar una fiesta- en la que una hispana, después de haber cometido un leve error, suplicaba a la bailona que no la despidiese. La diferencia entre ambas era que ésta última había tenido acceso a una universidad privada que la subalterna no se había atrevido ni siquiera a soñar

Economía de mercado aplicada a las relaciones laborales, en la que a los endiosados jefecillos se les permite sacar su lado oscuro, alimentando su ira, su soberbia y hasta su sadismo

Estas y otras parecidas -como el habitual “Estás despedido” fulminante en películas de esa nacionalidad- eran mis sorpresas. Mi temor es que a las futuras generaciones, en este país, eso ya no les sorprenda…

KolordeCítara

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