Francmasonería, a propósito de Mozart… (1/2)

No tenemos la pretensión de exponer aquí, ni siquiera someramente, una historia de la francmasonería; simplemente se encontrarán algunos jalones de un camino que amigos y enemigos han oscurecido a cual mejor, los unos y los otros por las mismas razones, viendo la mano de la francmasonería por doquier, y difiriendo tan sólo sobre el carácter bienhechor o satánico de sus obras. Como si el carácter mismo de la sociedad secreta no fuera suficiente para complicar cualquier investigación, la leyenda de un complot universal, acreditada a partir de 1797 por las Memorias para servir a la Historia del Jacobinismo, del inefable abate Barruel, no ha dejado posteriormente de infiltrarse, bajo presentaciones, unas veces burlescas, otras eruditas, desde Leo Taxil hasta Bernard Fay, pasando por Augustin Cochin.

 Steve Kaufman Mozart

Las indicaciones que vienen a continuación sólo se proponen conseguir que el lector que haya oído hablar de la francmasonería a propósito de Mozart no termine por creer que se trata, o bien de una falta de pensamiento puro y simple, o bien de un entretenimiento frívolo y en buena compañia, o bien de un cuento de hadas abracadabrante, y menos aún de una camarilla organizada para asegurar a sus miembros la conquista del poder, del lucro y de los honores. Estas indicaciones no irán más allá del siglo XVIII y se referirán sobre todo a la francmasonería alemana: de lo que se trata aquí es de Mozart y no del ministerio Combes.

 I. LA FRANCMASONERÍA EN EUROPA EN EL SIGLO XVIII

1. El 24 de junio de 1717 nace en Londres, con la constitución de la Gran Logia de Inglaterra, la francmasonería «especulativa», calificada así para distinguirla de la francmasonería «operativa» que le precedía. La francmasonería operativa, reunión corporativa de diferentes técnicos de la construcción, no tiene nada de una sociedad secreta, pese a que conserva algunos secretos de los procedimientos propios del arte de edificar catedrales; aunque conserva y transmite al mismo tiempo las teorías más o menos herméticas de una «sapiencia» tradicional (de la que dan testimonio, por ejemplo, los símbolos zodiacales y otros que se encuentran en la escultura medieval). Esta francmasonería operativa empieza a declinar al mismo tiempo que el estilo ojival sobrevive principalmente en Inglaterra.

Los masones operativos hace mucho tiempo que admiten en sus «logias» miembros honorarios, ricos burgueses, hombres de ciencia o grandes señores cuyo concurso les resulta útil en muchos aspectos. Estos miembros honorarios, cada vez más numerosos a medida que declina la francmasonería operativa, son los que van a crear la francmasonería especulativa; conservan los términos técnicos y las credenciales de los constructores, como la sabiduría tradicional del «Arte Real», y se proponen aplicarla «a la construcción del Templo>, antiguo y nuevo de la civilización humana; volveremos en seguida sobre ello. Indiquemos ahora solamente como signo característico la personalidad de uno de los tres fundadores de la francmasonería especulativa: Teófilo Désaguliers, hijo de un pastor francés, refugiado en Londres después de la revocación del Edicto de Nantes, pastor él mismo, pero también profesor de física experimental, sabio de gran envergadura y gran amigo de Newton; este Désaguliers figurará, durante más de veinte años, entre los principales líderes de la francmasonería inglesa, ocupándose especialmente de las relaciones entre las logias inglesas y las del continente.

La Gran Logia de Inglaterra se convierte rápidamente en el centro de un movimiento que se extiende por toda Europa (pretende en principio conservar la dirección, pero luego se resigna a reconocer la autonomía de otras Grandes Logias nacionales). En el año 1731, Désaguliers irá en persona a La Haya para <<iniciar> al duque Francisco de Lorena, que será emperador de Alemania tras su matrimonio con María Teresa, y la Logia de Filadelfia procede de la «iniciación» de Benjamín Franklin. Estos dos ejemplos son suficientes para mostrar la rápida expansión de la francmasonería.

Sin duda son oficiales «jacobitas» al servicio de los pretendientes Estuardo los que introducen la francmasonería en Francia; las primeras logias verdaderamente francesas aparecen hacia 1725; la Gran Logia de Francia se constituye en 1735. Entre sus miembros fundadores señalaremos a Montesquieu, el impresor Lebreton (Venerable de una de las primeras logias), que publicará la Enciclopedia, y a Procopio (también Venerable), cuyo café reunirá con tanta frecuencia a los enciclopedistas. Pronto se unirá a ellos Diderot. Voltaire, a su vez, no se iniciará hasta 1778, algunas semanas antes de su muerte.

Las condesas hechas por Roma (bula «In Eminenti», de Clemente XII en 1738, y bula <<Providas Romanorum», de Benedicto XIV, en 1751) no detendrán la afluencia de adhesiones, incluso las de algunos eclesiásticos a despecho de la amenaza de excomunión ipso facto.

La francmasoneria sufrirá más tarde numerosas disensiones y cismas que la despedazarán. En Francia se llegará a una verdadera anarquía que terminará en 1773 con la fundación del Gran Oriente de Francia, cuyo primer Gran Maestre será y lo seguirá siendo hasta la revolución Philippe, primero duque de Chartres, luego duque de Orleans, y finalmente ciudadano Igualdad.

2. Para intentar comprender claramente qué fin se proponía la francmasonería especulativa desde su nacimiento, es mejor decir en primer lugar lo que no fue en el siglo XVIII, o lo que única y principalmente no significó.

No se trata, sobre todo, de una máquina de guerra antirreligiosa o anticatólica. Son los anglicanos y los calvinistas quienes la fundan en Londres; son los católicos británicos los que la propagan en Francia, sin dejar de estar fraternalmente unidos a los protestantes de la Gran Logia de Inglaterra. En su origen, en la francmasonería no figuran ateos, contará con algunos a finales de siglo, pero poco numerosos e importantes; cuenta en cambio con miles de sacerdotes, muchos de ellos -como el abate Gregorio- seguirán siendo fervientes católicos. La francmasonería profesa y exige la más absoluta tolerancia religiosa (causa principal de las excomuniones de Roma); lo que afirma en numerosos textos es que las divergencias confesionales sólo tienen un interés mínimo al lado del trabajo que todos los hombres -y especialmente los masones- deben realizar juntos (1)

No se trata de una conspiración con fines políticos. Desde el comienzo, fraternizan los orangistas y los estuardistas ingleses. Y encontramos mezclados, en la francmasonería francesa, en vísperas de la Revolución, al príncipe de Rohan, a la princesa de Lamballe, al duque de La Rochefoucauld, tal vez incluso Luis XVI y sus dos hermanos confraternizaron con futuros componentes de la regla de San Bernardo, como La Fayette, Mirabeau, Sieyès, Bailly, Talleyrand, Duport; futuros girondinos como Petion, Brissot, Condorcet, Lanjuinais, Servan o Rabaut-Saint Etienne: futuros montañeros como Marat, Couthon, Camille Desmoulins, Danton, Romme, Chaumette, Jean Bon Saint André, etc. Todo se desarrolla de forma que tanto las religiones como las convic ciones políticas fuesen secundarias en el espíritu de un verdadero masón, en comparación con el trabajo común (2). Y el día en que los «hermanos» comiencen a guillotinarse los unos a los otros, el Gran Oriente, lejos de guiar el Terror, se volatilizará para reaparecer tímidamente, un poco más tarde.

No se trata tampoco de una organización social que encarne las reivindicaciones populares o burguesas contra los privilegiados del Antiguo Régimen. En su origen, la logias sólo admitían «gentlemen», miembros de la nobleza o de la alta burguesía; el elemento «descamisado» estuvo prácticamente excluido hasta 1789 (3). En el interior del trabajo masónico reina entre los hermanos la igualdad, una igualdad reglada por la cooperación de los iniciados; pero no sucede lo mismo en la vida profana (4). Las luchas de clases, lo mismo que las divergencias religiosas o políticas, debían quedar en un plano secundario en el espíritu de un verdadero masón en relación con el trabajo común.

¿Pero cuál es este trabajo común, si no es ni religioso –o antirreligioso- ni político, ni social? Filantrópico y humanistico, responden a coro los interesados. En suma, un «revival» del Cristianismo primitivo y de las virtudes evangélicas. En realidad, había mucho de esto, y los masones sinceros se comportaron como «verdaderos amigos de los hombres» (5). Pero su único fin no podía ser hacer el bien; el más elemental buen sentido impide que una asociación se rodee de tanto secreto y tal lujo de precauciones si sólo se propone hacer caridad.

¿Habría que creer entonces que lo verdaderamente esencial para la francmasonería especulativa en sus comienzos era la enseñanza esotérica de los arcanos del «Arte Real»? En suma, una religión hecha de misterios como el pitagorismo, el orfeísmo, o los cultos de Eleusis y de Samotracia. O, en otro sentido, una herencia de la alquimia y de la astrología medievales.

En realidad elementos procedentes de esta tendencia no han estado ausentes, y como veremos se reforzaron a fin de siglo; La flauta mágica, con su constante referencia a los misterios de Isis, es un buen testimonio de ello. Pero basta también para recordarlo los nombres de francmasones notorios, ardientes y convencidos: «filósofos» como Montesquieu, Diderot, Helvetius, Condorcet, Marmontel, Laclos o Volney; sabios como Lalande, Laplace, Monge, Lacépède, Cabanis, Chaptal o Lakanal; hombres políticos como los revolucionaríos antes nombrados, para imaginar el poco caso que podían hacer de los misterios ocultos; no habrían durado ni ocho días en una logia donde hubiesen pretendido hacerles tragar la sapiencia» de un René Guénon.

¿O bien debemos creer que la francmasonería sólo fue un pasatiempo mundano en buena compañía, cuyos aspectos secretos no tenían gran cosa que esconder? Recordemos el pasaje famoso de las Memorias de Casanova: «Un joven bien nacido que desea viajar y conocer el mundo y lo que llamamos el gran mundo, que en ciertos casos no quiere encontrarse inferior a sus semejantes, ni ser excluido de la parti- cipación de todos los placeres, debe hacerse iniciar en lo que llaman la francmasonería, aunque no sea más que para saber superficialmente lo que es.»

Muchos jóvenes, y también muchos hombres maduros, han debido seguir los consejos de Casanova sin necesidad de conocerle. Pero sabemos que éste no podía ser el caso ni de un Helvetius, ni de un Lalande, ni de un Romme, ni de un lgnaz von Born o de un Mozart. ¿No habrá otra hipótesis para considerar?

NOTAS

(1) Un masón está obligado, por su condición, a obedecer la ley moral, y si comprende bien el Arte, jamás será un ateo estúpido ni un libertino irreligioso. Pero, si bien en los tiempos antiguos, los masones estaban obligados a pertenecer a la religión propia de su país o de su nación, sin embargo ahora se considera más conveniente que participen en la religión en la que todos los hombres están de acuerdo, dejando a cada uno sus propias opiniones, es decir, ser hombres de bien y leales, u hombres probos y de honor, cualquiera que sea la denominación o la confesión que los distinga: en consecuencia, la masonería es el centro de unión y el medio de anudar una amistad sincera entre personas que de otra manera hubieran sido siempre unos extraños (Constitución de Anderson para la Gran Logia de Inglaterra, texto de 1723, citado por Henry Felix Marcy, Ensayo sobre el origen de la Francmasonería y la historia del Gran Orinete en Francia, t. I; p. 149)

(2) Un francmasón en cualquier lugar donde resida o trabaje, debe someterse a la autoridad civil, y jamás debe verse complicado en complots […, etc.]; de suerte que si un hermano fuera rebelde al Estado, no debe verse apoyado nunca en su rebelión, pero podemos y debemos compadecerlo en su desgracia y tratar de hacerle entrar en razón y, aunque la Fraternidad deteste su rebeldía, no podemos por ello excluirle de la logia, porque su derecho a permanecer es indeleble, siempre que no sea convicto de su crimen que afecte a dicha logia (Deberes de todos los francmasones, texto de la Gran Logia de Francia en 1735; texto de Marcy, loc. Cit.,p. 161)

(3) Cerca de 1385 «hermanos» componían las 43 logias militares francesas conocidas en 1789. Gaston Martín ha computado 1032 oficiales y militares no combtientes, 215 suboficiales, ONCE soldados, y 127 civiles y antiguos oficiales. Ya conocemos la composición del ejército bajo el Antiguo Régimen. Cf. Gaston Martín, La francmasonería francesa y la preparación de la Revolución; pp. 267-268

(4) Tipicos a este respecto son los dos modelos de discurso de recepción citados por Daniel Mornet, Los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa; p. 380. Para la recepción de un «hombre de alta alcurnia»:

Cualquier otro en mi lugar, hermano, cometería tal vez una imprudencia insistiendo sobre esta igualdad que nos honra y nos distingue. No temáis jamás que, fuera del círculo de las logias, un masón cualquiera intente valerse de ello… Pero para la recepción de un «hombre del pueblo»:

Conferimos la igualdad sin ningún disgusto ni pesar, pero sin deshonrarnos; consideraos halagado, hermano, pero sin concebir ningún orgullo. Cuantos más sean los hombres superiores que olviden las distancias, más debemos recordarlas…

N. B. Sin humillar al candidato, su propósito no deja de ser el de hacerle sentir que la familiaridad engendra el desprecio

(5) En 1774 el Gran Oriente recogió fondos suficientes para liberar a todos los prisioneros detenidos por no haber podido pagar las mensualidades de la alimentación de sus hijos

  Jean y Brigitte Massin

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2 pensamientos en “Francmasonería, a propósito de Mozart… (1/2)

  1. […] Continuación de https://textosprohibidos.wordpress.com/2013/11/10/la-francmasoneria-en-el-siglo-xviii-12/ […]

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  2. […] –MOZART: ¡Schikaneder, amigo! ¡Hermano de logia! […]

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